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El Quijote verde

Pedaleaba con fuerza para alcanzar la cima de la colina. El casco, las rodilleras y los guantes le daban un aura de combatiente en la atmósfera tranquila de la mañana. Un último impulso lo llevó a la cumbre. Desde allí los divisó: un batallón estoico, alineado y metálico. Sacó los binoculares del bolso que llevaba cruzado sobre el pecho e inspeccionó de cerca los alrededores, luego los contó y comprobó el giro ininterrumpido de los brazos puntiagudos. Sacó la libreta del bolsillo y anotó la fecha y la hora. Sonrió satisfecho. Protegidos los gigantes, la tierra continuaba su recuperación. Acarició el manubrio y se lanzó colina abajo. Treinta millas hasta la próxima estación.

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